Monday, April 23, 2007

smell like teen spirit


Yo creo que en mi otra vida fui junkie...
Me encantan los olores del thinner, de los solventes, de la pintura, los barnices, la gasolina, los marcadores esterbrook... en fin. Toda clase de olores prohibidos para menores de edad. No sé por qué. Pero soy de la teoría de que ninguno de nuestros sentidos como el olfato tiene un poder tan sutil y penetrante como el los aromas en nuestra memoria.

Hay imagenes que se nos quedan grabadas para siempre, pero creo que con el tiempo si son muy malas las bloqueamos, si son buenas las hacemos en nuestra memoria aún mejores, incluso hay otras que simplemente se van desvaneciendo como una hoja llena de trazos en carboncillo.

Hay sonidos que reconocemos, pero a veces aún una canción que fuera en algún tiempo pasado nuestra predilecta. En un momento presente, nos es imposible de reproducir en la memoria.

El sentido del gusto es el más ambiguo de todos, yo al menos he cambiado mucho a lo largo de mi vida, recuerdo que de niña me encantaban los algodones de azúcar; y en una ocasión hace algunos años vi un vendedor y me causó esa misma emoción que antes, fui corriendo a comprar una de esas nubes color rosado, y Dios! que empalague!!, sólo pude con dos pequeños trozos. Por el contrario, el olor a azúcar quemado aún puedo reproducirlo en mi cabeza y me sigue provocando el mismo placer que de antaño. (calmate! viejita de antaño).

El tacto es tan cotidiano, que no le damos importancia, todo el día nuestra piel esta rozando con la ropa, los instrumentos de trabajo, la baranda metálica y fría de las escaleras, otra piel, el frío, el calor... que se ha vuelto de lo más instrascendente...

Sin embargo el olfato se adentra en lo más primitivo de nosotros, a veces no como una imagen que nos trae un recuerdo concreto, si no más bien un sentimiento irracional: felicidad, miedo, seguridad, paz, etc. A veces es muy difícil descifrarlo, pues no nos acordamos bien a bien del recuerdo primario de ese olor, relacionado con un hecho específico y que provocó en nosotros una reacción, que incluso se pudo generalizar a un grado de determinar parte importante de nuestra personalidad o nuestros gustos. Por ejemplo alguien me comentaba justo ayer que no le gustaban los mariscos por cómo olían. A mi me encantan los mariscos y aunque su olor al prepararlos no sea lo más agradable, a mi me huele a mar, a vacaciones de navidad, y de ahí se desata una cadena: a pelo mojado con agua de mar, besos salados, castillos de arena húmeda, aire caliente de trópico, piel con bronceador y plástico de salvavidas.

Por ejemplo recuerdo el inicio de clases, me encantaba el olor a libro nuevo, al plástico de los empaques de los útiles, el del caolín de las hojas de los cuadernos, el de los uniformes recién estrenados, el olor al salón de clases justo el primer día (ya los demás estás tan acostumbrado que no lo notas)al plástico de la lonchera y del frutsi de uva, del aluminio impregnado a chocolate, a zapato con suela de goma sin usar. Y justo eso, el conjunto de esos olores hacían para mi el parte indispensable del paquete del regreso a clases. Aún ahora, cuando compro un libro nuevo, o salgo de la papelería con una bolsa repleta de cosas, siento esa alegría, esa ansiedad, esa curiosidad y un poquito esa tristeza de cuando se acaban las vacaciones.

El olor a carbón y anafre de la obra me devuelve inevitablemente a la sierra: al aroma de una fogata perfumada con ocote. Me encanta ese aroma a hierba, a leña, a verde. Ese olor de alguna manera inexplicable me abraza y me suelta al mismo tiempo a las barrancas.

Las personas cada una tiene un olor peculiar, algunos casi imperceptible, otros demasiado profundo como para olvidarlo. No sé lo demás, yo al menos no puedo dejar de voltear la cabeza ante una loción de hombre deliciosa, o incluso el olor particular de algunas personas al pasar.

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